25 de octubre de 2013

MAHLER, SINFONIA N.1 "TITAN" ORQUESTA DE VALENCIA
22 de noviembre de 2013 Palau de la Música de Valencia 19,30h.
Yarom Traub, director.

A diferencia de Reger, Mahler es un autor que hoy ya no precisa de presentación entre nosotros. Con todo, ya habrá ocasión de ocuparnos de su personalidad artística y humana al comentar, próximamente, la Segunda sinfonía, obra que el Palau ha programado como segunda singladura de un ciclo sinfónico mahleriano que esperamos se vaya completando poco a poco.

La Primera sinfonía, que hoy escucharemos, es, juntamente con la Cuarta, la más frecuentaba para el público valenciano, ya que ha figurado con cierta asiduidad en los programas de nuestra Orquesta Municipal.

Escrita entre 1884 y 1888, esta obra no responde, en su redacción original, al esquema sinfónico clásico-romántico en cuatro movimientos. Mahler la llamó poema sinfónico en dos partes, que comprendían cinco tiempo. Entre los actuales primero y segundo se situaba una pieza  -de aproximadamente siete minutos de duración- titulada “Blumine”, vocablo derivado de “Blume” (esto es, “flor”) y que quizá podríamos relacionado con nuestro adjetivo “florido”. Este Andante allegretto, orquestado para cuerdas y vientos, venía a hacer las veces de intermedio lírico y su “explicación” nos la da el programa descriptivo elaborado por el propio Mahler para el conjunto de la composición. En su forma primitiva, éste puede hacernos pensar en la “Pastoral” beethoveniana, a juzgar por las indicaciones de Mahler para el comienzo de la sinfonía: “Primavera sin ningún final.

El comienzo describe el despertar de la naturaleza al amanecer”. Este primer movimiento, que se inicia de manera misteriosa para ir creciendo, desde un penoso “arrastrarse” (en alemán “Schelppend”) hasta la apotesosis final, introduce material procedente del ciclo de canciones Lieder eines fahrenden Gesellen, compuesto entre diciembre de 1883 y el Año Nuevo de 1885. El texto, debido al propio Mahler, se inspira en un poema del Des Knaben Wunderhorn, antología popular recopilada a comienzos del siglo XIX por Arnim y Brentano. La canción comienza con las palabras “Ging heut Morgen über’s Feld” (“Esta mañana atravesé la pradera”) y expresa la alegría exultante del joven que da los buenos días a un mundo alegre radiante, en el que sonidos y colores, pájaros y flores, cantan la belleza de la creación.

Tras el movimiento “Blumine” viene una alegre danza de campesinos, acentuada con vigor, música saludable, recia, en la que podemos escuchar el fuerte martilleo de las botas al golpear la tierra. Se ha sugerido que la sección central, el trío en forma de Ländler, podría evocar la danza más suave de los campesinos con las muchachas. Hasta aquí, la sinfonía mahleriana guarda cierta similitud “programática” con la Sexta de Beethoven. Pero, en la segunda parte, cambia el ambiente. “Solemne y moderado” describe Mahler este tercer movimiento cuya inspiración le vino, en palabras propias, del cuadro burlesco El entierro del cazador, muy popular en el sur de Alemania. Dice Mahler: “Los animales del bosque acompañan el ataúd del montero muerto a la tumba; las liebres llevan la banderola, delante de una orquestina de músicos bohemios, acompañados de gatos, sapos, cornejas, que tañen diversos instrumentos; mientras, ciervos, venados, zorros y otros animales del bosque escoltan el cortejo en actitudes cómicas”. Para tan fantástico cuadro, Mahler se sirve de la canción francesa de ronda Frère Jacques, grotescamente distorsionada en un lúgubre tono de re menor.

Cuando la procesión se aleja, la atmósfera se torna soñadora y es entonces cuando escuchamos, arropada de manera casi mágica, la canción última del ciclo Lieder eines fahrenden Gesellen, la que comienza así: “Die zewi blauen Augen” [“Los dos ojos azules”].

Pero Mahler adopta la secuencia central de la melodía, aquella que evoca un tilo al borde del camino, donde al fin el caminante pudo reposar, mientras los capullos de la flor del tilo, cual copos de nieve, se posaban lentamente sobre su rostro, haciéndole olvidar “el amargo dolor” de la existencia.

Cuando se han desvanecido los últimos ecos de la canción, de súbito, como el grito de un corazón herido en lo más profundo, toda la orquesta estalla en un grito salvaje. Es el Allegro tormentoso, que Mahler resume, en su programa, con estas palabras: “Dall’inferno al paradiso”. Esta tormenta de la naturaleza, en realidad una tormenta del alma, se remansa en maravillosos interludios líricos, con una culminación de gran eliocuencia en el re bemol mayor. Sobre la figura 39 de la partitura retorna la música de la naturaleza, que abriera la sinfonía. Un rasgo notable de este movimiento es el trémolo en forma cromática que deriva del final de Das klagende Lied, una suerte de cantata escrita por Mahler hacia 1880. Si en la obra vocal tal instante suponía un enorme lamento (“Weh”), en la sinfonía su presencia aporta un eco siniestro y amenazador. Hay asimismo abundantes pasajes de fanfarrias, hasta desembocar (figuras 49 y siguientes) en un clímax triunfal que cierra la sinfonía con una afirmación poderosa de fe en la existencia.

Detrás de este programa percibimos ecos del Titán, la novela de Jean-Paul, el gran adversario del clasicismo literario. La experiencia del protagonista, Roquairol (que al final  de la novela se suicidará), refleja la dualidad del pensamiento del escritor, que se debate entre el mundo de lo real y de lo fantástico. El rechazo del juego estético, tanto del romanticismo como del clasicismo, la invocación de la Antigüedad como medio de salvación moral, han impresionado profundamente al joven Mahler, quien ha vuelto repetidamente sobre la partitura original, acortándola (de cinco a cuatro movimientos), después de su estreno en Budapest, el 20 de noviembre de 1889.

La primera revisión fue dirigida, en Hamburgo, en octubre de 1893, siendo anunciada como “Titán, poema musical en forma de sinfonía”. En junio de 1894, se descubrió la obra en el Deutscher Musikverein de Weimar, en la versión de cuatro movimientos (suprimido ya el “Blumine”). Entre 1896 y 1899 la obra sufrió nuevas revisiones. Actualmente (como sucederá hoy) la obra se escucha en su versión definitiva, que incluso prescinde del subtítulo “Titán” (eliminado por Mahler para la ejecución vienesa en 1900). Las numerosísimas versiones discográficas de esta sinfonía siguen la edición final, aun cuando existen algunos registros (Ozawa para Deutsche Grammophon y Lehel para Hungaroton) que recogen el movimiento “Blumine”.

La Primera sinfonía, obra algo desigual, es el primer testimonio sinfónico completo que nos ha llegado de Mahler. En ella se apuntan varias constantes de su arte más maduro: la mezcla de ironía y tragedia, de lirismo apasionado y de tremenda grandilocuencia, la referencia al mundo infantil y a la canción popular. Para Bruno Walter —que abrazó la “causa” mahleriana a raíz de haber escuchado esta obra— el último movimiento e “Titán” está regido más por la emoción que por la arquitectura sinfónica. En todo caso, está fuera de duda el carácter de “credo” personal de esta música, que el mismo Bruno Walter concibe como una especie de Werther mahleriano. Es al tercer movimiento, con su alternancia de Lied y marcha fúnebre en “canon espectral”, al que concedemos mayor interés y novedad. Sabemos que fue la parte que más sorprendió al público el día del estreno. El propio Mahler, un año antes de morir, escribió a Bruno Walter, acerca de esta Primera sinfonía: “Quedé más bien satisfecho de este ensayo juvenil. Para mí es una experiencia curiosa dirigir una de esas obras. Una sensación de doloroso ardor se cristaliza. ¡Qué extraño universo se refleja en esos sonidos y en esas figuras! ¡La marcha fúnebre y la tormenta que le sigue son una feroz requisitoria contra el Creador!”

¿Cabe mejor descripción de esta música?
Extracto de "Programa en mano" de Gonzalo Badenes, Impromptu Editores.


RACHMANINOV, CONCIERTO N.2 PIANO Y ORQUESTA PALAU MUSICA VALENCIA
22 de noviembre de 2013, Palau de la Música de Valencia.19,30 h.
Yarom Traub, director.

Khatia Buniatishvili, piano " Scriabin, Glazunov y Rachmaninov constituyen la gran tríada de sinfonistas rusos de la época de transición entre la Escuela de los Cinco y los jóvenes revolucionarios Prokofiev y Stravinski. Serguei Rachmaninov ha alcanzado una popularidad no siempre justificable, en contraste con el relativo desconocimiento que el llamado “gran público” muestra hacia sus compañeros. Pocos oyentes estarán familiarizados con las sinfonías de Glazunov o con las sonatas de Scriabin. En cambio, todos habrán tarareado más de una vez el melodioso movimiento central del Segundo concierto de Rachmaninov.

La personalidad de este músico -a menudo denostado por la crítica- ofrece rasgos apasionantes. Profundamente aristocrático en sus maneras, introvertido, mimado por el público gracias a sus excepcionales dotes como virtuoso del piano, aquejado de un humor depresivo y desconfiando continuamente de su propia valía, Rachmaninov se nos aparece como la suma y antítesis del artista romántico. Amante de la música popular de su país, incorpora giros y ritmos que nacen de ella, sometiéndolos a una elaboración virtuosística -en el piano y en la orquesta- sin renegar de la cualidad eminentemente vocal de las melodías. El piano prodiga rubati y arpegios que exacerban la sensibilidad del oyente, prendido por el innegable magnetismo de esas largas y melancólicas tonadas de la cuerda que irrumpen de improviso, en medio de un desarrollo puramente sinfónico. La habilidad de Rachmaninov al insinuar citas fragmentarias y ocasionales propicia un talante cíclico que favorece nuestro deseo de escuchar la expansión final del motivo, con toda una flagrante dosis de sentimentalidad, muy próxima al simple mal gusto. Ni que decir tiene que toda interpretación volcada hacia esa óptica colmará los deseos del público menos cultivado.

Como contrapartida, el lado sarcástico, amargo y macabro de Rachmaninov suele quedar inédito. Recordemos cómo esos ritmos pujantes, esos súbitos estallidos de sonido, también dan lugar a una refinada introspección en la propia sociedad del individuo, confrontado a un destierro físico y espiritual. Rachmaninov es el gran exiliado de la música rusa después de la Revolución de 1917. Paradójicamente, su conservadurismo muestra la mayor reticencia frente al academicismo musical soviético en contraste con un Prokofiev, capaz de “evolucionar” hacia postulados netamente románticos, partiendo de una vanguardia más externa que real. Rachmaninov permanece ajeno a las corrientes vienesas, como antes a las impresionistas. Su huida hacia el pasado no es sino reflejo de su propio despliegue anímico, de su permanente ansia de soledad. Su última obra importante, la Rapsodia sobre un tema de Paganini se basa en un Capricho del legendario violinista, contrapuesto a la secuencia medieval del Dies Irae. En el epicentro, la variación decimoctava renueva el clima de canción, intensamente lírico, de los primeros conciertos"

Extracto del libro Programa en mano de Gonzalo Badenes publicado por Impromptu Editores.