MAHLER, SINFONIA N.1 "TITAN" ORQUESTA DE VALENCIA
22 de noviembre de 2013 Palau de la Música
de Valencia 19,30h.
Yarom Traub, director.
A diferencia de Reger, Mahler es un autor que hoy ya no precisa de
presentación entre nosotros. Con todo, ya habrá ocasión de
ocuparnos de su personalidad artística y humana al comentar,
próximamente, la Segunda sinfonía, obra que el Palau ha programado
como segunda singladura de un ciclo sinfónico mahleriano que esperamos se
vaya completando poco a poco.
La Primera sinfonía, que hoy escucharemos, es, juntamente con
la Cuarta, la más frecuentaba
para el público valenciano, ya que ha figurado con cierta asiduidad en los
programas de nuestra Orquesta Municipal.
Escrita entre 1884 y 1888, esta obra no responde, en su redacción
original, al esquema sinfónico clásico-romántico en cuatro movimientos. Mahler
la llamó poema sinfónico en dos partes, que comprendían cinco
tiempo. Entre los actuales primero y segundo se situaba una pieza -de aproximadamente siete minutos de duración- titulada “Blumine”,
vocablo derivado de “Blume” (esto es,
“flor”) y que quizá podríamos relacionado con nuestro adjetivo “florido”. Este Andante allegretto, orquestado para cuerdas y vientos, venía a hacer las veces de intermedio lírico y su “explicación”
nos la da el programa descriptivo elaborado por el propio Mahler
para el conjunto de la composición. En su forma primitiva, éste
puede hacernos pensar en la “Pastoral” beethoveniana,
a juzgar por las indicaciones de Mahler para el comienzo de la sinfonía: “Primavera sin ningún final.
El
Tras el movimiento “Blumine” viene una
alegre danza de campesinos, acentuada con vigor, música saludable,
recia, en la que podemos escuchar el fuerte martilleo de las botas
al golpear la tierra. Se ha sugerido que la sección central, el trío en forma
de Ländler, podría evocar la
danza más suave de los campesinos con las muchachas. Hasta aquí,
la sinfonía mahleriana guarda cierta similitud “programática” con la
Sexta de Beethoven. Pero, en la segunda
parte, cambia el ambiente. “Solemne y moderado” describe Mahler
este tercer movimiento cuya inspiración le vino, en palabras propias,
del cuadro burlesco El entierro del
cazador, muy popular en el sur de Alemania. Dice Mahler: “Los animales del bosque acompañan el ataúd del montero
muerto a la tumba; las liebres llevan la banderola, delante de una
orquestina de músicos bohemios, acompañados de gatos, sapos, cornejas,
que tañen diversos instrumentos; mientras, ciervos, venados, zorros y otros
animales del bosque escoltan el cortejo en actitudes cómicas”.
Para tan fantástico cuadro, Mahler se sirve de la canción francesa
de ronda Frère Jacques, grotescamente
distorsionada en un lúgubre tono de re menor.
Cuando la procesión se aleja, la atmósfera se torna soñadora y es
entonces cuando escuchamos, arropada de manera casi mágica, la
canción última del ciclo Lieder eines fahrenden Gesellen, la que
comienza así: “Die zewi blauen Augen” [“Los dos ojos azules”].
Pero Mahler adopta la secuencia central de la melodía, aquella que
evoca un tilo al borde del camino, donde al fin el caminante pudo
reposar, mientras los capullos de la flor del tilo, cual copos de
nieve, se posaban lentamente sobre su rostro, haciéndole olvidar “el amargo
dolor” de la existencia.
Cuando se han desvanecido los últimos ecos de la canción, de
súbito, como el grito de un corazón herido en lo más profundo,
toda la orquesta estalla en un grito salvaje. Es el Allegro
tormentoso, que Mahler resume, en su programa, con estas palabras: “Dall’inferno al
paradiso”. Esta tormenta de la naturaleza, en realidad una tormenta del alma,
se remansa en maravillosos interludios líricos, con una
culminación de gran eliocuencia en el re bemol mayor. Sobre la
figura 39 de la partitura retorna la música de la naturaleza, que abriera la
sinfonía. Un rasgo notable de este movimiento es el trémolo en forma cromática
que deriva del final de Das
klagende Lied, una suerte de cantata escrita por Mahler hacia 1880.
Si en la obra vocal tal instante suponía un enorme lamento (“Weh”), en la
sinfonía su presencia aporta un eco siniestro y amenazador. Hay
asimismo abundantes pasajes de fanfarrias, hasta desembocar
(figuras 49 y siguientes) en un clímax triunfal que cierra la sinfonía
con una afirmación poderosa de fe en la existencia.
Detrás de este programa percibimos ecos del Titán, la novela de
Jean-Paul, el gran adversario del clasicismo literario. La
experiencia del protagonista, Roquairol (que al final de la novela se
suicidará), refleja la dualidad del pensamiento del escritor, que se debate
entre el mundo de lo real y de lo fantástico. El rechazo del juego estético,
tanto del romanticismo como del clasicismo, la invocación de la
Antigüedad como medio de salvación moral, han impresionado
profundamente al joven Mahler, quien ha vuelto repetidamente sobre
la partitura original, acortándola (de cinco a cuatro movimientos),
después de su estreno en Budapest, el 20 de noviembre de 1889.
La primera revisión fue dirigida, en Hamburgo, en
octubre de 1893, siendo anunciada como “Titán, poema musical en forma de sinfonía”.
En junio de 1894, se descubrió la obra en el Deutscher Musikverein de
Weimar, en la versión de cuatro movimientos (suprimido ya el “Blumine”). Entre 1896 y 1899 la obra sufrió nuevas revisiones. Actualmente (como sucederá
hoy) la obra se escucha en su versión definitiva, que incluso
prescinde del subtítulo “Titán” (eliminado
por Mahler para la ejecución vienesa en 1900). Las numerosísimas
versiones discográficas de esta sinfonía siguen la edición final,
aun cuando existen algunos registros (Ozawa para Deutsche
Grammophon y Lehel para Hungaroton) que recogen el movimiento “Blumine”.
La Primera sinfonía, obra algo desigual, es el primer
testimonio sinfónico completo que nos ha llegado de Mahler. En
ella se apuntan varias constantes de su arte más maduro: la mezcla
de ironía y tragedia, de lirismo apasionado y de tremenda grandilocuencia, la
referencia al mundo infantil y a la canción popular. Para Bruno Walter —que
abrazó la “causa” mahleriana a raíz de haber escuchado esta obra—
el último movimiento e “Titán”
está regido más por la emoción que por la arquitectura sinfónica. En todo caso,
está fuera de duda el carácter de “credo” personal de esta música,
que el mismo Bruno Walter concibe como una especie de Werther mahleriano.
Es al tercer movimiento, con su alternancia de Lied y marcha fúnebre
en “canon espectral”, al que concedemos mayor interés y novedad.
Sabemos que fue la parte que más sorprendió al público el día del estreno.
El propio Mahler, un año antes de morir, escribió a Bruno Walter, acerca de esta
Primera sinfonía: “Quedé más bien
satisfecho de este ensayo juvenil. Para mí es una experiencia curiosa
dirigir una de esas obras. Una sensación de doloroso ardor se cristaliza. ¡Qué
extraño universo se refleja en esos sonidos y en esas figuras! ¡La
marcha fúnebre y la tormenta que le sigue son una feroz requisitoria
contra el Creador!”
¿Cabe mejor descripción de esta música?