La música amansa a las fieras. También calma el llanto de los niños. Algunos la usan para relajarse y otros para activarse, e incluso hay zapatillas deportivas que incorporan un pequeño dispositivo en la suela que nos permite correr al ritmo que nos mandan las notas más graves. Escuchar una canción alegre puede ayudar a fortalecer nuestro estado de ánimo, mientras que si escuchamos un tema que nos deprime podemos “invocar” sentimientos más pesimistas. Un ejemplo que los expertos utilizan para corroborar esta teoría es el Quinteto en Sol menor K516, composición que Mozart acabó el 16 de mayo de 1787, justo doce días antes del fallecimiento de su padre. La tonalidad elegida por el compositor (sol menor) le permite hacernos llegar a través de la música los sentimientos encontrados que podía estar viviendo en un momento así, desde lo más dramático y tormentoso a lo más dulce, honesto e infantil.
Mozart String Quintet G min, K.516 Cornelia Löscher, Benjamin
Bowman, Michel Camille, Steven Dann y Anssi Karttune (2011)
La música, pues es un método de expresión prácticamente innato del ser humano. Ahora un reciente estudio publicado por la Universidad de Huelva con niños de seis años asegura que la música no sólo aumenta la comprensión oral de una segunda lengua no materna (como puede ser el inglés) sino que además sirve para mejorar la producción oral y lectora de los más pequeños.
La relación entre música (especialmente clásica) e inteligencia se estableció hace siglos. No es casualidad, por ejemplo que casi todos los llamados “genios” sintieran una fuerte pasión por ella. Con el paso de los años se ha comprobado que no sólo de “clásica” vive el hombre, y que escuchar cualquier tipo de música una media de 30 minutos de música al día no sólo relaja la mente sino que genera otros beneficios en el organismo.
Mozart niño
Los efectos neurológicos de la música son muchísimos. De hecho, es una de las actividades artísticas cuyos resultados son más estudiados. Durante los años 90 del siglo pasado llegó a extenderse una teoría al respecto, conocida como efecto Mozart, y que se apoyaba en una serie de estudios de campo según los cuales escuchar al compositor austriaco incrementaba la inteligencia de los bebés. Con el tiempo se ha comprobado que aquella teoría no era del todo cierta. En el año 2006 se realizó en el Reino Unido una investigación en la que ocho mil niños de entre 6 y 12 años que escuchaban música durante los diez minutos previos a una prueba de conocimientos generales. De todos los niños, la mitad escucharon a Mozart y la otra mitad tres canciones del grupo pop Blur. Sorprendentemente y contra lo que muchos pensaban, los niños que escuchaban las canciones Pop les iba mejor en las pruebas que aquellos que escuchaban Mozart. Algunos años después, en el 2010, la Universidad de Viena publicó un estudio en la revista Intelligence que echaba por tierra las teorías que la psicóloga de la Universidad de Wisconsin Frances Rauscher y el neurobiólogo Gordon Shaw habían publicado en la revista Nature en 1993 y que habían dado origen al mítico efecto Mozart.
Sin embargo, esta “leyenda” sobre si escuchar a Mozart nos hace más inteligentes o no, tiene su base científica real. Lo que ocurre es que la clave no está en el tipo de música que escuchamos sino en el volumen, en el ritmo y en el tipo de emociones que ésta nos genera.
La sonata para dos pianos en re mayor, K448, de Mozart,
una de las canciones básicas del Efecto Mozart
¿Dónde el mito y dónde la realidad del efecto Mozart?
La música no sólo influyen en nuestro estado de ánimo de forma eventual o inmediata, aunque sí que es cierto que nos ayuda a producir dopamina, un neurotransmisor relacionado con los sistemas de recompensa abstracta (lejos de otro tipo de placeres más producidos por instintos más básicos como por ejemplo la comida) y que genera bienestar. La generación de dopamina en una madre embarazada beneficia al bebé, que percibirá ese bienestar como suyo, y generará desde un estado fetal un desarrollo de las emociones temprano. Por otra parte, el sistema auditivo comienza a desarrollarse en el último trimestre de gestación, hacia el quinto mes de embarazo. Así que, desde ese momento, el bebé es capaz de reaccionar a los mismos estímulos sonoros que recibe su madre.
A nivel neurológico la enseñanza musical acelera el desarrollo del córtex cerebral de los niños y tiene un efecto positivo sobre la memoria y la atención, facilitando el aprendizaje de la lectura, la escritura y las matemáticas. La explicación no está tanto en el tipo de música que un niño escuche sino en el volumen y sobre todo, en el ritmo de ésta. Además, por supuesto, de que el niño se sienta identificado de alguna forma con esta música, y que ésta le genera un tipo de recuerdos/emociones u otros. Pero sobre todo, la respuesta a porqué la música influye tanto en el cerebro de los niños es que es capaz de estimular las mismas áreas del cerebro implicadas en la percepción musical intervienen también en el lenguaje y las tareas de lectura. De ahí que sirva para reforzar un desarrollo más favorable de las habilidades lingüísticas y cognitivas de los niños. Y por eso que algunos quisieran darle todo el mérito a Mozart, aunque en realidad, Schubert, Beethoven, Puccini o Bach podrían adjudicarse el mismo efecto. También otros compositores de música jazz, blues, funky y rock.
Lo que es innegable es que una estimulación musical temprana ayuda a que el niño desarrolle de forma más fácil ciertas capacidades cognitivas y motoras (si añadimos a la música otras actividades relacionadas como la danza o el canto). La edad de refuerzo de estas capacidades es a partir de los cuatro años. En estos primeros años, los niños estimulados musicalmente desarrollan su parte lógica son capaces de buscar solución a pequeños problemas y el sentido del equilibro y la musculatura. Cuando el niño es un poco más mayor, la música y otras actividades relacionadas, como la danza, le brindan la oportunidad de interactuar con adultos además de fortalecer su imaginación y su capacidad creativa.
A partir de los 3 años los niños pueden aprender signos musicales como el pentagrama, la clave de sol o las notas musicales. Conceptos como la duración, la velocidad, la altura y la intensidad musical; y consiguen que se familiaricen con los instrumentos musicales. Más info
Y ahí no queda todo: lo que escuchamos siendo niños puede influir en nuestro desarrollo emocional y también cuando somos adultos. Configurar a la largo de nuestra vida cierta sensibilidad relacionada con la música puede traernos muchos beneficios. Un reciente estudio publicado por la prestigiosa revista científica Journal of Neuroscience asegura, por ejemplo, que las personas que recibieron clases de música siendo niños o que han tocado algún instrumento en su infancia y juventud envejecen de forma más saludable, y que tienen una respuesta cerebral más rápida a los sonidos y las voces.
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