Cuenta la tradición que de todas las diez profetisas del mundo antiguo la más importante fue Sibila de Cumas, autora de los “Libros Sibilinos” entregados a Tarquinio el Soberbio, último rey de la Monarquía Romana. Estos libros proféticos, destruidos definitivamente en el siglo V, estuvieron durante más de quinientos años depositados en el Templo de Júpiter, a donde llegaban hombres de todo el Imperio para consultarlos en situaciones especiales por considerarlos la base de la religión romana. De Sibila de Cumas la tradición ha recuperado su imagen más vetusta, la que se ha convertido prácticamente la única, la de una mujer anciana de mirada desafiante. No obstante la historia dice que esta Sibila vivió más de novecientos años debido a un deseo concedido por los dioses para agradecerle su don y sus profecías, siempre contadas en verso. Ante la posibilidad de pedir lo que quisiera, cogió un puñado de tierra y aseguró querer vivir tantos años como granos de arena había en su mano. Sin embargo, se olvidó de pedir la eterna juventud, así que con el paso del tiempo comenzó a consumirse tanto que tuvieron que encerrarla en una jaula y colgarla en el templo de Apolo de Cumas, a donde profetas y sacerdotes iban a verla. La leyenda dice que vivió nueve vidas humanas de 110 años cada una.
Sibila de Cumea, según Elihu Vedder
Culturalmente, la figura de la sibila está enraizada con Grecia, de donde son originarias. En aquel mundo de hombres estas mujeres, que poseían el don de la adivinación inspiradas por Apolo, eran respetadas como auténticos dioses. Solían vivir en grutas y cuevas, en terrenos agrestes y siempre cerca de un río (la propia Sibila de Cumas nació en una cueva en el monte Córico, en la antigua Eritrea, en la actual Turquía). Otra de las sibilas más conocidas es la Herófila, una joven nacida en Marpeso (en la Tróade) y que veía el futuro en una piedra. Cuentan que fue esta mujer quien predijo la Guerra de Troya anunciando que la responsable sería una mujer llamada Helena. El resto de sibilas (se conocieron hasta diez en la antigüedad) están representadas en la Capilla Sixtina junto con los Profetas del Antiguo Testamento. Y es aquí donde la figura de la sibila rompe con la de otras deidades antiguas: a pesar de su origen pagano, fueron respetadas posteriormente tanto por el judaísmo como por el cristianismo, tomando un relevante papel en la Edad Media cuando surgió el canto que las convertiría para siempre en inmortales.
Sibila Delphica de la Capilla Sixtina
¿Por qué las sibilas fueron respetadas por cristianos y judíos? En el segundo caso, fue el respeto de los hebreos hacia sus propios profetas y el prestigio de las sibilas entre los griegos lo que las convirtió en figuras activas de sus vaticinios y predicciones, siendo un importante apoyo para su fe y para las decisiones tomadas en el futuro. Por eso, decidieron crear una serie de doce libros conocidos como Oracula Sibyllina en los que plasmaron toda la información que de ellas se pudo obtener. De entre todos ellos hay un libro, el octavo, atribuido a la Sibila de Eritrea (de Cumas) y considerado de origen cristiano y que habla, según la interpretación, de la segunda venida de Cristo el día del Juicio final. Es por esto que San Agustín consideró que su voz tenía que ser considerada como una más entre los profetas de la Iglesia ya que sus versos no hablaban de dioses falsos sino de Dios.
¿Cuando nació el Canto de la Sibila?
Durante la alta Edad Media el Juicio Final se convirtió en advertencia y justificación de los males del mundo. Las representaciones sobre el Juicio Final solían ser duras y explícitas, llegando a hacerse teatros en templos y plazas públicas, dentro de los autos sacramentales. Con ellas se buscaba alentar el temor, el arrepentimiento y la piedad de los fieles. En el siglo X la Iglesia decidió hacer un canto que hablara de las predicciones apocalípticas. Este es el primer testimonio que existe del Canto de la Sibila en un libreto escrito en el Monasterio de San Marcial de Limoges que incorpora letra y música, la primera extraída literalmente de la Oracula Sibyllina, escrita en verso.
En el siglo XII la proliferación de instrumentos musicales hizo que el primer Canto de la Sibila se adaptara a una representación de menor envergadura pero igualmente “efectiva”. Su aparición en el marco de la liturgia se hizo incorporándola dentro del Sermo de Symbolo (sermón en contra de paganos, judíos y arianos) en los Maitines del día de Navidad. Su representación ese día no es casual: la noche que se dedica a celebrar el nacimiento del Redentor se convirtió en un escenario ideal para recordar la cercanía física, espiritual y moral de su segunda venida, es decir, del Juicio Final, y con él de innumerables catástrofes. Tampoco fue casual que se tradujera a la lengua vulgar, para que llegara al mayor número de gente posible. El Canto de la Sibila alcanzó notable popularidad en Francia, Italia, España, Austria y Portugal, y se conservan traducciones del mismo en occitano, castellano y catalán.
Musicalmente hablando el Canto de la Sibila es crudo y severo, tanto por las formas como por el fondo, con un único punto “alegre” (que en realidad, intenta transmitir dolor) al hablar del nacimiento de un niño en las lejanas tierras palestinas. En sus inicios la pieza se cantaba con melodía gregoriana, de ritmo libre, pero al convertirse en un canto popular fue adquiriendo un ritmo más mesurado y popular. Hay quien dice que se trata de un canto hipnótico, casi un mantra, por estar formado por altos y bajos que le dan dramatismo pero interpretados dentro de una misma melodía. Y hay quien también recalca su carácter “demoníaco”, en el sentido más socrático de la palabra, haciendo referencia al “daimon” como una voz profética interior que proviene de un ser superior. El punto de temor viene impuesto por la propia llegada de la Sibila siempre armada con su espada y precedida por una poderosa música de órgano para introducir su terrible letanía apocalíptica.
Pervivencia: recuperación del Canto de la Sibila
Las versiones en castellano del Canto de la Sibila fueron modeladas a partir de otras en catalán especialmente la de la Seo de Barcelona y la del convento de la Concepción de Pollença (Palma de Mallorca), la más antigua que se conoce, lo que confirma su alta difusión en el antiguo Reino de Aragón y en sus territorios mediterráneos. Las versiones en castellano que se conservan de este canto son una encontrada de un convento de Cuenca y una versión ceremonial de la Catedral de Toledo, ambas fechadas en el siglo XV.
Catedral Palma de Mallorca
En la actualidad la isla de Mallorca es uno de los lugares donde la tradición del Canto de la Sibila está más arraigada. Superviviente de la Contrarreforma, este canto se ha representado en la isla desde el siglo XIV. Debido a la prohibición a las mujeres de celebrar actos litúrgicos, antiguamente era un niño ataviado con ropas femeninas (normalmente, túnicas) quien representaba la figura de la Sibila. En las últimas décadas gracias al Concilio Vaticano II esta representación quedó abierta a las mujeres, normalmente adolescentes. El momento de esta representación es antes de la Misa del Gallo, el día de Nochebuena, siendo uno de los momentos más esperados por los fieles. En el año 2004 el Canto de la Sibila Mallorquín fue reconocido como Bien de Interés Cultura (BIC) y en 2010 la UNESCO lo declaró Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. El otro lugar donde esta obra se representa ininterrumpidamente desde la Baja Edad Media es la localidad de Alguer, en Cerdeña, que en su día también perteneció al Reino de Aragón.
En los últimos años distintas localidades, especialmente en levante, han querido recuperar este ancestral canto. Uno de los lugares donde se ha hecho con más fuerza es en la localidad valenciana de Onteniente, donde desde el año 2000 el Canto de la Sibila se interpreta en latín. Otras localidades que intentan recuperar esta tradición son Gandía, Algemesí, Jaraco, Sueca o Teulada. Todas ellas parten de los documentos encontrados en el Cantorale Mallorquín del siglo XV aunque también incorporan información de otros documentos referenciales encontrados en las Catedrales de Vic, Toledo, Gerona y Valencia.